La tragedia humana que tiene lugar a las puertas de la UE conjuga de forma espectacular la profunda imbricación de varios tipos de demanda migratoria; los solicitantes de asilo, huyendo de la descomposición de sus Estados y de las guerras civiles, se suman a los inmigrantes económicos, intentando escapar de la miseria o sencillamente deseosos de vivir más dignamente. Lo novedoso es que los candidatos a la emigración, pertenezcan a la categoría que sea, quieren abrir a toda costa las fronteras de la fortaleza Europa. Esta ofensiva refleja el agotamiento del modelo de gestión migratoria puesto en marcha desde 1985.
Con la adopción de los Acuerdos de Schengen (1985-1990) y su prolongación con los Acuerdos de Dublín (1990-2003), la estrategia comunitaria ha erigido una auténtica barrera de hierro frente a las migraciones externas: cierre de la inmigración laboral para los no comunitarios (compensada con una admisión más flexible de la reagrupación familiar para los inmigrantes instalados legalmente en Europa); reducción drástica de la concesión del estatuto de refugiado y por tanto del derecho de asilo; gestión cuasi militar del control de fronteras; y adopción, en 2003, del principio por el cual el solicitante de asilo no puede interponer su solicitud en el país final de destino sino en el de llegada a Europa.
Si se observa la reacción tanto de los inmigrantes económicos como de los solicitantes de asilo —es decir, recurso inevitable a la inmigración ilegal, incremento de la reagrupación familiar— ante este vasto muro de seguridad, se puede constatar que la presión migratoria, aunque con el endurecimiento progresivo de las leyes, ha sido mantenida en límites estrechos para la UE.
Pero, en paralelo, poniendo en evidencia el carácter cortoplacista de esas medidas, la demanda migratoria no ha cesado de aumentar en los últimos 30 años. Se ha creído que se podía contener, para siempre jamás, un problema estructural de naturaleza demográfica y geoeconómica únicamente con medidas policiales: ¡esto es lo que hoy explota en plena cara de la Unión! La ofensiva conjunta de los solicitantes de asilo, trabajadores comunitarios provenientes de países pobres de la Unión e inmigrantes económicos no comunitarios quiebra finalmente la muralla del imperio europeo.
Pero más que nunca, y por causa de la crisis, la mayoría de los países europeos clama su rechazo a la acogida de nuevos inmigrantes; algunos no dudan en desestabilizar la situación de los extranjeros ya instalados legalmente para recortar aún más los derechos o expulsarlos; otros limitan la libre circulación de los trabajadores comunitarios, las opiniones públicas se arman contra la amenaza migratoria, mientras que centenares de miles de desesperados piden ayuda a los pies de la fortaleza sin vacilar a la hora de poner su propia seguridad en juego, transformando su búsqueda de una vida mejor en obligación de socorro a personas en peligro. Desbordado por completo, el sistema Schengen-Dublín se raja poco a poco. Es lo que ha reconocido, el 16 de agosto, ante la afluencia de refugiados en Alemania, la canciller Merkel. Así pues, sugiere “revisarlo completamente”. Pero, ¿en qué sentido?